Sigo
caminando. Pasa un día y otro. Siempre lo mismo. Siempre los mismos zapatos que
se deslizan una y otra vez por las mismas vías. El tiempo pasa. Mis piernas
siguen caminando casi por inercia. Unos días arrastrando los pies. Otros con
paso firme.
Hay momentos en que siento como la brisa del viento me rodea y el
olor de las flores me inunda; momentos en los que la lluvia empapa mis pies;
momentos en los que siento el calor del sol y momentos en los que siento que el
frió de la nieve me hiela y me paraliza.
A veces soy fuerte y mis zapatos se
posan decididos sobre cada pedazo de madera. Otras tengo miedo y mis piernas se
debilitan y me llevan a caer de rodillas sobre las vías.
Entonces comienzan las preguntas mientras las lágrimas
resbalan por mi rostro y mis ojos intentan encontrar el final del camino en el
horizonte. ¿Realmente merece la pena levantarse?...
¿Por qué no quedarme aquí
esperando a que pase el tren y terminar con esto para siempre?, ¿Qué sentido
tiene seguir caminando?. y recuerdo el desaliento, la debilidad, el dolor, el
frío y la soledad que me han estado acompañando durante el camino. Solo tengo
que levantarme y seguir. Pero me siento como si estuviera acurrucada en la
esquina en una habitación vacía y oscura rodeada de puertas, paralizada por el
miedo, incapaz de elegir ninguna de las salidas porque se que me volverán
a llevar a ese vacío y a esa soledad de las que huyo constantemente.
Pero de
pronto, como un susurro lejano, vienen a mi memoria los caminantes que han
conseguido que en mi rostro se dibujara al menos algo parecido a una sonrisa, o
los hermosos paisajes que me he encontrado en el camino durante la primavera
mientras el olor de las flores inundaba mis sentidos. Quizá no hayan sido
muchos, pero sí suficientes para sembrar en mi interior algo de esperanza.
Y
continúan las preguntas mientras mis ojos siguen mirando al horizonte . ¿Que me
esperará al final del camino?. ¿Qué me encontraré?. No me gusta el cansancio,
ni la debilidad, ni el frió, ni el miedo, ni el sufrimiento, ni la sensación de
vacío que todo esto produce en mi interior. Pero, ¿soy capaz de renunciar a el
olor de las flores en primavera, a el calor del sol sobre mi rostro, a sonreír,
a amar y a ser amada?
De pronto mis piernas vuelven a sentirse fuertes para
volver a sostener todo el peso de mi cuerpo. Aún siento miedo, pero mis pasos
son más firmes y más fuertes que nunca y las lágrimas de dolor por la caída se
convierten en lágrimas de esperanza. Vuelvo la vista atrás un instante y me
quedo perpleja observando el camino recorrido.
Las grises y monótonas vías del
tren se han transformado en las vías de una montaña rusa plagada de pendientes
y de colores con tonos y texturas inimaginables; azul, amarillo, gris, rojo,
naranja, blanco, negro..... Se ha transformado en una vía diferente, la que yo
he ido construyendo con cada uno de mis pasos.
Vuelvo la vista al frente y
dejando atrás paso a paso, uno por uno, los pedazos de madera de las vías, sigo
caminando...
AME